lunes, 15 de marzo de 2010

Mientras las hojas caen...

Eran ya más de las seis, la tarde estaba cálida y el sol había estancado su posición. Parecía que me estuviera mirando, aunque yo no pude serle recíproco. De música ambiente hay el chirrido de unos motores y la locomoción colectiva, junto a ellos el cantar de dos aves que se persiguen una a la otra, entre las ramas de un gran árbol y a los pies de él, yace un joven meditabundo, de aspecto solemne pero tétrico, quien contemplaba los haces de luz que las ramas del árbol dejaban entrever con frecuencia, cuando el viento enviaba sus caricias y las ramas corrían entre ellas, en un caos, para poder recibir todo el mensaje que el viento encomendaba de parajes lejanos. Se encontraba tan absorto en sus pensamientos, que pareciera que no existía el tiempo para él. Era tal su abstracción, que ni los transeúntes notaban su presencia. Sólo las avecillas de vez en cuando lo perturbaban un poco, en medio de sus juegos y persecuciones, y al joven se le escapaba una sonrisa fugaz. De vez en cuando el susurraba unas palabras, a veces de enojo, a veces de alegría, otras de rabia e impotencia, muchas veces melancolía, y cuando estaba a punto de que el cúmulo de emociones lo superase, y se quebrara, miraba hacia un costado y sonreía. Había comenzado a recordar, que en tiempos distantes, pero en el preciso lugar donde se encontraba, el mundo era distinto, no era ni mejor ni peor, sólo era otro. El seguía en ese entonces, creyendo en su autocondena marginarse de sus preocupaciones propias del ego, pero no sabía hasta cuándo iba a ser capaz de sobrellevar un legado tan gentil y honesto, pero olvidado. Es posible, que ese sea su lugar, vivir en el olvido y esperar los tiempos en que las hojas caen, y la vida vuelve al suelo, y la tierra vuelve a nacer, y así el olvido se hace esperanza...